13.8.10

Pisadas en la arena


Pisadas en la arena, millones de piececillos descalzos por una arena cristalina, cristalina como el agua de un mar que no ven, que no tienen, que les falta.
Pisadas, simples pisadas que son borradas en un abrir y cerrar de ojos con más arena, como si ahí  no hubiese nadie, como si esas pisadas no existieran…
Fue un viaje largo y duro, para que nos vamos a engañar, sin embargo, todo esto lo olvidamos en cuanto pisamos aquella arena.
Una vez allí, todo era extraño, para nosotros y para ellos. Estábamos muy cansados porque habíamos soportados largas horas de viaje apenas sin dormir.
Creíamos que al llegar nos tendríamos que adaptar y acostumbrar a la gente, pero en realidad eso era lo que pensábamos porque estando allí descubrimos que no teníamos que adaptarnos a nada ni a nadie, nos aceptaban fuésemos como fuésemos, no tendríamos que tratar de agradarles y adoptar una falsa apariencia para ver que les parecía, aquella gente, aquellos niños de sonrisa tan maravillosa, una sonrisa capaz de iluminar hasta la más terrible oscuridad, nos acogieron sin esperar nada a cambio.
¿Qué es lo que habíamos hecho para merecer todo aquello? Debía ser algo increíble, pero no, no habíamos hecho absolutamente nada. Ellos nos agradecían el simple hecho de estar allí, de compartir ese tiempo, que aunque no lo parecía para nosotros paso tan rápido.
Fueron transcurriendo los días que pasaban sin remedio, una semana, una simple semana es lo que teníamos, eso no era suficiente.
Lo que ocurrió durante esa semana no lo puede expresar en un papel, porque cómo hablar de la felicidad, pero no de la felicidad que sientes cuando te regalan al que  deseas, sino de la verdadera felicidad. Es algo muy difícil de expresar y más si se piensa que ellos no tienen nada. Porque nosotros tenemos la absurda idea de que teniendo otras cosas seremos más felices, pero no es así. Sin embargo, allí sin nada lo tienes todo, tienes sonrisas, felicidad…
Y… el viaje llego a su fin, aquella última noche quedará grabada en nuestras memorias como si se tratase del mejor de los tesoros. Allí, en una pequeña duna hubo cantos, risas, llantos… sabíamos que era nuestra última noche allí y no podíamos hacer nada por remediarlo, solamente podíamos pensar egoístamente que necesitábamos esa felicidad para nosotros, como íbamos a volver sin aquella gente, sin aquellas sonrisas.
Pero se acabó o eso pensábamos al principio porque en realidad nuestra experiencia era el principio, el principio de algo que teníamos que contar porque se lo debemos, ellos nos han enseñado a ver la vida desde otro punto de vista que nos ha ayudado a mejorar como personas.
Nunca podremos olvidar lo que vivimos aquellos días y nosotros jamás dejaremos de contarlo.

                                                                                                                                                                                         Noelia Rivas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario